Las ciudades continuas
"¿Qué es hoy
la ciudad para nosotros?" Se pregunta Italo Calvino en su libro Las ciudades invisibles. Un libro desde donde propone una discusión en torno a la ciudad moderna a través de relatos de ciudades imaginarias y desde donde reflexiona: "Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de
la vida urbana (…) Se habla hoy con la misma insistencia tanto de destrucción
del entorno natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos
que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La
crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la
naturaleza."
A continuación, una de las ciudades que inventa llamada Cecilia, de la cual se desconocen sus limites, al igual que la ciudad de la imagen que elegí para su representación visual.
LAS CIUDADES CONTINUAS. 4
Me recriminas porque cada relato mío te transporta justo en
medio de una ciudad sin hablarte del espacio que se extiende entre una ciudad y
la otra: si lo cubren mares, campos de centeno, bosques de alerces, pantanos.
Te contestaré con un cuento. En las calles de Cecilia, ciudad ilustre, encontré
una vez a un cabrero que empujaba rozando las paredes un rebaño tintineante.
—Hombre bendecido por el cielo— se detuvo a preguntarme—, ¿sabes decirme el
nombre de la ciudad donde nos encontramos? ¡Que los dioses te acompañen!
—exclamé—. ¿Cómo puedes no reconocer la muy ilustre ciudad de Cecilia?
—Compadéceme— repuso, soy un pastor trashumante. Nos toca a veces a mí y a las
cabras atravesar ciudades; pero no sabemos distinguirlas. Pregúntame el nombre
de los pastizales: los conozco todos, el Prado entre las Rocas, la Cuesta Verde , la Hierba a la Sombra. Las ciudades
para mi no tienen nombre; son lugares sin hojas que separan un pastizal de
otro, y donde las cabras se espantan de los cruces y se desbandan. Yo y el
perro corremos para mantener junto el rebaño. —Al contrario que tú— afirmé—, yo
reconozco sólo las ciudades y no distingo lo que está afuera. En los lugares
deshabitados toda piedra y toda hierba se confunde a mis ojos con toda piedra y
hierba. Muchos años pasaron desde entonces; he conocido muchas ciudades más y
he recorrido continentes. Un día caminaba entre ángulos de casas todos iguales:
me había perdido. Pregunte a un transeúnte: —Que los inmortales te protejan,
¿sabes decirme dónde nos encontramos? —¡En Cecilia, y así no fuera! —me
respondió—. Hace tanto que caminamos por sus calles, yo y las cabras, y no
conseguimos salir... Lo reconocí, a pesar de la larga barba blanca: era el
pastor de aquella vez. Lo seguían unas pocas cabras peladas, que ya ni siquiera
hedían, tan reducidas estaban a la piel y los huesos. Mascaban papeles sucios
en los cubos de desperdicios. —¡No puede ser! —grité— También yo, no sé cuándo,
entre en una ciudad y desde entonces sigo metido en sus calles. ¿Pero cómo he
hecho para llegar donde tú dices, si me encontraba en otra ciudad, alejadísima
de Cecilia, y todavía no he salido de ella? —Los lugares se han mezclado— dijo
el cabrero—, Cecilia está en todas partes; aquí en un tiempo ha de haberse
encontrado el Prado de la
Salvia Baja. Mis cabras reconocen las hierbas de la
plazoleta.
La Paz, Estado Plurinacional de Bolivia |
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